jueves, 28 de julio de 2011

¡Pulga Nosferatu!


Lamento haber tenido que retrasar el diario de esta semana, pero no voy a mentiros: he estado enzarzada en una batalla cruel y violenta en mi propia casa.
Antes de comenzar: me declaro pacifista, vegetariana y amante de los animales, pero incluso mi pacifismo tiene un límite.
Todo empezó el domingo por la mañana, a cosa de las doce. El sol aún no entraba por mi ventana, quizá porque tenía la persiana totalmente bajada, pero el calor comenzaba ya a notarse en mi cuarto. Recuerdo que me despertó un intenso picor en el brazo izquierdo. En estado semiconsciente, me rasqué, y al rato fui al baño.
-¡¡¡AAAAHHHHHH!!!
Algo me había demacrado el rostro. Una criatura monstruosa se había saciado con la sangre de mis mejillas, mis brazos, mis piernas y hasta de uno de mis dedos. No eran picaduras de mosquito; ningún mosquito que tome mi sangre desearía por nada del mundo tener que alimentarse con ella de nuevo. Me enfrentaba a otro tipo de criatura con aún menos escrúpulos: una criatura digna de ser llamada Nosferatu.
¿De dónde podía haber salido? ¿Me la traje de la playa? ¿De aquellos perros a los que acaricié? ¿De es casa de campo, de ese local casi abandonado? Demasiadas posibilidades...
Con precaución eché mi ropa a lavar, me di una ducha fría y cambié las sábanas. ¡Pobre de mí! No imaginaba que el mal acechaba oculto entre las pelusas de mi cuarto, paciente a que me durmiera.
Lunes por la mañana. La pulga Nosferatu había vuelto a actuar. No sé qué me repugnaba más, que me picara una criatura que tiene los genitales donde la gente normal tiene el culo, o que con mis picaduras se pudiera jugar a unir los puntos. No tenía elección:
-Esto es la guerra.
Sin tomar el desayuno, me vestí con mi mejor chándal, y bajé a la calle en busca de la peor arma posible. Soy consciente de que el armamento químico es inhumano y cruel, pero había descartado la opción de buscar la pulga a simple vista, y los experimentos con visión térmica no dieron mucho fruto. Así, despeinada y con ojeras, me planté ante el mostrador del multiprecios y jadeé:
-Matar... pulga... Nosferatu...
Y desde entonces tengo prohibida la entrada al multiprecios.
Sin embargo, conseguí mi arma terrible: un insecticida común para el hogar, y como último recurso, un collar antipulgas para protegerme de sus terribles picaduras. Completé mi arsenal con un ramo de flores del ajo, por si se trataba realmente de una pulga vampiro. Nunca se sabe...
Abrí con precaución la puerta de mi habitación. El enemigo estaba ahí, en alguna parte, y de un momento a otro podría abalanzarse sobre mí y emboscarme. La vecina me miraba desde su ventana con una mueca, como si nunca hubiera visto a nadie con un insecticida en la mano, flores de ajo ajustadas en las orejas y un collar antipulgas.
Sin demora alguna, cerré la ventana y agité con todas mis fuerzas el bote de insecticida. ¡Fuego!
Disparé hasta que el ambiente del cuarto se hizo irrespirable y mis ojos comenzaron a irritarse. Aquello era un infierno hasta para mí. Cerré la puerta de la habitación y salí a la calle, en busca de la paz que tanto deseaba para mi propio cuarto.
Cinco horas después abrí la puerta de mi habitación. Aún apestaba a insecticida, y una película pegajosa y aromática cubría los muebles: el hedor de la muerte con fragancia a flores silvestres. La batalla había terminado.


Martes por la mañana, sobre las 13:45...
-¡¡¡NOOOOOOOOOOO!!!





(La nocilla puede ser un maquillaje de guerra exquisito, pero da pie a muchas confusiones; de ahí que la imagen esté en escala de grises. Aún así se pueden apreciar mis ojeras).

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