lunes, 18 de julio de 2011

Un secreto inconfesable


Esta semana vengo preparada mentalmente para hacer una confesión que -estoy segura- acabará tarde o temprano con una larga etapa de autoengaño y rechazo a mí misma:
Hablo sola.
¡Hala! ¡Ya lo he dicho! En realidad, el problema no está exactamente en que hable sola. Mucha gente habla sola; muchas amas de casa, esquizofrénicos, o cualquiera que llame al servicio de atención al cliente de la mayoría de compañías telefónicas; en un mundo lleno de auriculares para escuchar música, todo el mundo ha hablado solo sin quererlo, al menos una vez en su vida.
El problema no es ese; no. El problema está en que me respondo. No es como si tuviera un alter ego que responde a lo que me digo a mí misma: yo misma me respondo, porque odio hablar y que nadie me conteste. ¿Vosotros no lo odiáis?
Y ahora que lo he reconocido abiertamente, ya he dado el primer paso para librarme de esta pesadilla. ¡Que no paro de discutir! A cada momento pasa algo por lo que pelearme conmigo misma: si se me olvida tal pastilla, discuto. Si como demasiado o demasiado poco, discuto. Si descubro en ese universo paralelo que hay debajo de mi cama un calcetín de Naranjito, discuto, y a la vez me pregunto por qué tengo un calcetín de Naranjito si tengo dos pies y nací en el ochenta y ocho.
Me gustaría llevarme bien todo el rato, como cuando veo un culito diez por la calle y estoy de acuerdo conmigo misma en que es inmejorable. ¿Pero cómo puedo solucionarlo? Hay gente que dice que eso lo hacemos por pasar mucho tiempo solos, pero ese no es mi caso. Podría intentar dejar de hablar sola, o al menos, podría dejar de responderme a mí misma en voz alta. Pero... si lo hago... ¿me echaré de menos?
¡Pero espera! ¿Cómo puedo decir esas tonterías? Si tengo mi skype, mi messenger, mi facebook, mi móvil y sé dónde vivo. ¡¡Puedo verme cuando quiera!!

No hay comentarios: